Como el final de una bonita canción de amor, dejé de
querer finales felices, príncipes azules
que me destiñeran la cama o caballeros andantes que me la desordenaran aún más.
También dejé de creer en los chicos del café del
domingo, pensando que todos tenían un ligero toque a ron en el cuello.
Y es que parecía que sin ese vaso de doble de
remordimientos con hielo junto con una triste melodía de bar, una no alcanzaba
a ver el lado bueno detrás de la esquina, como si se escondiera, dispuesto a
salir en el momento apropiado.
Como si todo
estuviera perdido, como si nada pudiera ir peor, con un: ‘ Eh, tía, invítate a
uno, respira y sácalo fuera’ en aquel fondo de botella, me encontré.
Tan pequeña, tan menuda. Tan perdida.
Puede que siga sin creer en aquello que no creí ni
querer aquello que nunca quise, pero ahora la canción es otra.
Después de mis noches en vela, la idea de ese olor a
café recién hecho por las mañanas, después de unas cuantas noches de invierno
como si de verano se tratasen, no parece tan mala.
Algo tan sencillo, que (me) asusta..
2 comentarios:
INCREIBLE, en serio, una entrada realmente preciosa, me ha transmitido un montón!
Un besito :)
Qué fantástico!! ME ENCANTA!! Me paso para darte las gracias y devolverte la visita. Si quieres volver a pasarte, en mi blog te espero. Un besazo.
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