¿Conoces
el efecto cerilla?
¿Conoces esa sensación que se tiene al ver a alguien y notar
cómo desde el final de la columna hasta los primeros centímetros de la cabeza
se erizan con solo fijar tu mirada en ella?
Pues así es, como si se juntaran la
pólvora y las ganas de arder.
Así, sin ser conscientes de las consecuencias,
dejarse atraer, dejarse sentir. Si me dejas, claro.
Te juro que seríamos caos,
tal desastre que estaremos destinados a arder entre las cuatro paredes de casa,
del bar más cercano, o de lo que te apetezca consumir a cenizas.
Pero, hay un
inconveniente, podremos acabar contagiando a todo el edificio donde estemos, con
las vibraciones que transmitamos, y es que no hay nada más peligroso que el
amor fugaz entre dos desconocidos dispuestos a prender la mecha de lo temporal
y lo momentáneo, sin miedo a salir ardiendo.
Sexo casual lo llaman, yo prefiero llamarlo amor fugitivo, pues
dejamos escapar un poco de eso que tenemos enjaulado con alguien dispuesto a hacer
lo mismo.
Entonces, ¿traes tus ganas? que yo te enciendo y tú ya lo propagas
por todo lo que pilles en medio, ya sea el ascensor, el sofá, la mesilla de
noche…
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